Itinerario PolíticoRicardo Alemán
Ganan Calderón y Cárdenas
El gobierno entendió que a partir de Michoacán podría ser reconocido por un sector del perredismo
La corriente de ‘los chuchos’ arrebató a Andrés Manuel López Obrador el control de esa entidad
La corriente de ‘los chuchos’ arrebató a Andrés Manuel López Obrador el control de esa entidad
Las victorias o las derrotas electorales no siempre suelen ser victorias o derrotas políticas. Hay ocasiones en que una derrota electoral se convierte en una victoria política, sobre todo cuando lo que está en juego va más allá de la fuente de poder que se pelea en las urnas.
Y ese parece ser el caso de las elecciones que se llevaron a cabo en Michoacán el pasado domingo, en donde si bien los tres grandes partidos nacionales disputaron el gobierno estatal, las 118 alcaldías y el Congreso local, por lo menos dos de ellos —el PAN y el PRD— se jugaban muchas otras cartas, políticamente más valiosas, que se entreveraron en esa muy peculiar elección. ¿Cuáles eran las cartas de uno y otro partidos?
En el primer caso, el del PAN, está claro que resultaba apetitoso obtener una victoria electoral en el simbólico estado donde nació la izquierda mexicana de hoy, además de que Michoacán es el terruño del presidente Calderón y del futuro presidente de Acción Nacional, Germán Martínez Cázares. También es cierto que por esas y otras razones eran propicias las condiciones político-electorales para que los azules se alzaran con un triunfo que habría sido histórico, por todo el simbolismo que encierra la cuna del PRD.
Pero resulta que en la casa presidencial y en la entrante dirigencia del PAN las prioridades eran otras, de mucho mayor valor político que un gobierno de cuatro años, algunas alcaldías y posiciones en el Congreso local. Entre esas prioridades destaca una que, para el gobierno de Calderón, está entre sus mayores preocupaciones: la gobernabilidad, entendida como la aceptación legal y legitimación de su gobierno por parte de todas las instituciones políticas del Estado mexicano; por los partidos, pues.
Todos saben que luego de julio de 2006, el PRD y sobre todo su entonces líder principal regatearon legalidad y legitimidad al gobierno de Calderón, al grado de poner en riesgo precisamente la gobernabilidad, la capacidad del nuevo gobierno para alcanzar consensos que se traduzcan en una gestión eficaz. De esa manera, más que una victoria electoral en Michoacán, el gobierno de Calderón entendió que a partir de ese proceso electoral tenía muchas posibilidades de ser reconocido, en los hechos, por un importante sector del PRD, especialmente aquel que se acredita como fundador de los amarillos.
En sentido contrario, si Calderón y el PAN se hubiesen empeñado en ganar Michoacán a toda costa —y hasta como suponen algunos ingenuos, con el despliegue del magisterio—, lo único que habría conseguido sería la unificación del PRD, de los liderazgos de Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas, lo que a la postre habría reavivado la polarización entre la derecha y la izquierda con resultados fatales para el gobierno de Calderón, ya que estaría latente el fantasma de la ingobernabilidad. Por eso, una vez iniciadas las campañas electorales, los estrategas de Los Pinos le apostaron al muy coloquial pero eficaz “divide y vencerás”.
Así, se enviaron los mensajes pertinentes, muchos de ellos públicos, de que el PAN michoacano combatiría con todo la intromisión de López Obrador en ese proceso electoral, pero “anclaría” a su candidato al gobierno estatal si el tabasqueño era relegado. En pocas palabras, que el PAN estaba dispuesto a un acuerdo político —modalidad de las cuestionadas concertacesiones que tanto cuestionó la izquierda en torno de los acuerdos PRI-PAN—, para dejar libre el camino al PRD michoacano identificado con los Cárdenas. ¿A cambio de qué sería ese acuerdo? De lo que todos vimos, leímos y escuchamos: del reconocimiento público de la legalidad del gobierno de Calderón, por un lado, y de potenciales acuerdos legislativos, por el otro.
Esa negociación —que se dio a la vista de todos y que no puede ser negada por todo político que se asuma como serio— a la postre radicalizó la confrontación entre el grupo hegemónico del PRD, Nueva Izquierda, con el de AMLO, los que casualmente pelean por la dirigencia del partido.
Pero el asunto va mucho más lejos —a pesar de que en una burda maniobra de control de daños el senador Carlos Navarrete insista en que la ausencia de AMLO en la campaña de Leonel Godoy fue parte de una estrategia pactada, más que una división y menos un choque—, si se toma en cuenta precisamente la trascendencia de los comicios michoacanos, y que son una escala obligada por la que transitará la elección del nuevo presidente del PRD. Es decir, en Michoacán se dio la primera señal de la encrucijada de caminos a la que se enfrentarán los amarillos en los meses y años por venir. Y es que hasta el más desmemoriado sabe de la feroz guerra que por la dirigencia de los amarillos libran Nueva Izquierda y AMLO.
De esa manera, y ante la posibilidad de que el PAN se alzara con el triunfo en Michoacán, el candidato Leonel Godoy debió refugiarse en el cardenismo —corriente a la que traicionó al aliarse a López Obrador, quien lo impulsó contra el propio candidato de Cárdenas—, y estaba obligado a desprenderse del lastre en que se ha convertido AMLO. Y Godoy hizo lo que tenía que hacer para ganar el gobierno michoacano, incluso reconocer de manera pública la legalidad del gobierno de Calderón.
Pero esa estrategia ganadora dio como resultado otra mutación política entre los amarillos, que pudiera ser fundamental para el grupo de Nueva Izquierda. Resulta que en el periplo michoacano Los Chuchos se aliaron de manera temporal con la dinastía Cárdenas, con lo que no sólo le arrebataron a López Obrador el control de esa entidad, sino que metieron a los propios Cárdenas a la pelea por la dirigencia del PRD, y hasta garantizaron un lugar de esa dinastía en la lucha presidencial de 2012. Por eso resulta de risa, y hasta ofende al sentido común, que en una poco eficaz maniobra de control de daños, algunos perredistas insistan en que la ausencia de AMLO en Michoacán fue pactada como un movimiento estratégico. Por más vueltas que le den al asunto, en el fondo un sector del PRD participó en una moderna versión de las concertacesiones.
Y al final de cuentas lo cierto es que los dos grandes ganadores del proceso electoral michoacano son, por un lado, el presidente Calderón, que desactivó la beligerancia de un importante sector de sus adversarios políticos, consiguió importantes márgenes de gobernabilidad y de potenciales acuerdos en el Congreso, y por el otro el clan de los Cárdenas.
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