jueves, 22 de noviembre de 2007

Itinerario Político

Ricardo Alemán


PRI: señores feudales



Cuando el partido perdió la hegemonía del poder federal, sus gobernadores resultaron ganadores
A nivel estatal la concepción y práctica de la democracia electoral son lo más cercano a la ficción
A lo largo del agitado 2007, poco más de la mitad de los gobiernos estatales del país vivieron procesos electorales locales —14 renovaron Congreso y alcaldías, y tres gobierno estatal—, con un saldo final que dejó boquiabiertos a propios y extraños: el PRI, el viejo partido que en el proceso federal fue enviado al tercer lugar de las preferencias, se llevó una abrumadora mayoría de las mil 709 posiciones de elección popular en disputa.
Pero la sorpresa es aún mayor si en el recuento de daños —claro, de daños para el PAN y el PRD, de los que nos ocuparemos en posteriores entregas— se incorpora la poco entendible variable de que el PRI fue capaz, incluso, de arrollar electoralmente en entidades donde sus gobernadores se han visto envueltos en sonoros escándalos de fuerte repercusión nacional —como Oaxaca y Puebla—, y que por momentos se aproximaron a la guillotina política y judicial, como fueron los casos de Ulises Ruiz y Mario Marín.
¿Por qué sigue ganando el PRI en elecciones distritales, municipales y estatales, sobre todo luego de un proceso federal, como el de julio de 2006, en el que fue arrojado por los electores al nivel de votación más bajo de su historia? No existe una explicación aislada o una batería lineal de efectos y causas, sino que se trata de un fenómeno multicausal que se debe buscar en las características propias de cada entidad, en el activismo de sus respectivos gobernantes; la presencia o repliegue de los opositores y —aquí sí— en una constante que marca a todos los gobiernos del PRI: su real e indiscutible autonomía.
Es decir, que lo primero que se debe analizar es el fenómeno de independencia que alcanzaron los gobiernos estatales del PRI —a la pérdida del poder presidencial en manos de ese partido hasta julio de 2000—, lo que confirmó el carácter de “señores feudales” de los mandantes estatales. Cuando el PRI perdió la hegemonía del poder federal, los gobernadores priístas resultaron los verdaderos ganadores, ya que desapareció el único poder que estaba sobre ellos —que era el del Presidente en turno—, al que debían no sólo el cargo, sino obediencia absoluta. De esa manera el PRI se fraccionó en tantas partes como gobiernos estatales se identificaban con sus siglas, en tanto que los gobernadores quedaron como los únicos mandones en su territorio.
En realidad los gobernadores surgidos del PRI —igual que ocurre con los del PAN y del PRD— son los dueños absolutos no sólo del presupuesto federal y estatal, del libre albedrío en su manejo, de la transparencia u opacidad en su destino, sino que también son los dueños de la burocracia del partido —cuyo combustible es precisamente el dinero público—, y del control político de su respectivo Congreso local y, en no pocos casos, hasta de los árbitros electorales, como los institutos locales electorales. Es decir, cada gobernador es el dueño absoluto del poder en su respectivo feudo
Los señores feudales en que se han convertido los gobernadores —como en Coa- huila, Baja California Sur y Guanajuato, por citar un ejemplo del PRI, otro del PRD y uno más del PAN— lo mismo hacen del poder una “piñata familiar” —con salarios, puestos y jugosos negocios para amigos y parientes—, que cooptan y corrompen opositores, que destinan abultados costales de dinero para el negocio de la política —candidaturas a puestos de elección popular—, que le ponen precio a su voto, en tanto mandones de horca y cuchillo. ¿Cuántos gobernadores del PRI se la jugaron con Madrazo, Calderón o López Obrador en la elección de julio de 2006? ¿Cuántos gobernadores del PRI tienen en las nóminas del dinero público a sus opositores del PAN y del PRD? ¿Y cuántos gobernadores del PRI negocian con el PRD y el PAN el trapecismo político?
Existen otros casos, como los de Yucatán y Michoacán, en donde los arreglos políticos —las famosas concertacesiones de los opositores con el gobierno en turno— pasan por encima de candidatos, partidos y hasta de la voluntad popular. En Yucatán, y gracias a un acuerdo político de cúpula, el PAN se replegó para dejar pasar al PRI. En Michoacán ocurrió algo similar, ya que el PAN “ancló” a su candidato, para dejar pasar al PRD de los Cárdenas. En los dos casos ganó el Presidente, por sobre su partido y sus candidatos —versión que en un lance de congruencia no comparte Liébano Sáenz, el otrora secretario particular del presidente Zedillo, porque aceptar que ganó Calderón en Michoacán sería lo más parecido a reconocer las concertacesiones del zedillismo—, y con eso abrió las puertas de la negociación, el acuerdo y las reformas.
Los casos de Puebla y Oaxaca han llamado poderosamente la atención, ya que muchos esperaban que luego del escándalo del góber precioso en el caso poblano, y de los enfrentamientos de la APPO con el gobierno estatal en el oaxaqueño, los electores reaccionaran con un fuerte voto de censura. Pero resulta que el PRI arrasó y los escándalos políticos y sociales, pero sobre todo mediáticos, no afectaron el resultado electoral. Eso sí, el abstencionismo y el descrédito sentaron sus reales.
En Puebla y Oaxaca sus respectivos gobernadores mantienen un férreo control político sobre sus respectivos partidos, sobre no pocos de sus opositores —del PAN y PRD—, sobre el Congreso y el presupuesto local y federal. Así, a nadie debe sorprender que a pesar de los escándalos político-judiciales en los que se vieron involucrados Mario Marín y Ulises Ruiz —escándalos mediáticos de alcance más nacional que local—, resultaran eficientes para fines electorales y gananciosos en el terreno político.
Y es que a nivel estatal la concepción y práctica de lo que conocemos como democracia electoral, como alternancia en el poder, como partidos políticos autónomos, elecciones transparentes, creíbles y confiables, y como transparencia en el ejercicio del poder, es lo más cercano a la ficción; reinan los señores feudales.
(El Universal)

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