domingo, 1 de julio de 2007

PRI aprovecha vacío de PRD

Por Rubén Álvarez Mendiola

Es cuestión de física pura: los espacios vacíos tienden a llenarse. Desde el 3 de julio de 2006, cuando el país se debatía en la incertidumbre de un resultado electoral que a nadie complacía, una fuerza política comprendía que su derrota era atroz y a partir de entonces apostó su resto a ganar los espacios que los dos más fuertes comenzaron a dejarle para convertirlo en el tercero en discordia y el ganón de lo que los otros simplemente despreciaban: el diálogo y la negociación como fundamento primario de la política.
Así, el PRI no ha hecho sino ocupar un espacio que naturalmente debería ser para el Partido de la Revolución Democrática si su excandidato no estuviera empeñado en parecer más un eterno Mesías que el líder auténtico y muy honorable de una fuerza opositora aglutinada en torno suyo y que estuvo apunto de arrebatarle a Felipe Calderón la Presidencia de la República.Un año después de las elecciones más controvertidas de la historia moderna mexicana, Calderón ha logrado afianzarse en la silla presidencial a punta de golpes espectaculares (el uso masivo, como lo definió él mismo, de las Fuerzas Armadas para combatir al narcotráfico) y de alianzas que no le ruborizan ni la mitad de una mejilla: Elba Esther Gordillo ha hecho valer e peso de los votos que dice haber comprometido a la candidatura del panista, sin que nunca jamás puedan Calderón ni su partido comprobar los dichos de la líder eterna del sindicato magisterial respecto de los votos que supuestamente ofreció.
A cambio, el nuevo gobierno un día sí y otro también muestra su agradecimiento a la dirigencia nacional del SNTE a la que le obsequió una subsecretaría y la posibilidad de fijar la agenda educativa nacional.
El país, mientras tanto, continúa dividido y los agravios reales o aumentados siguen inflando el costal del resentimiento de una izquierda atormentada por sus divisiones perennes y la presencia de un liderazgo que parece estorbar al PRD, desdibujado como partido en el Frente Amplio Progresista, y que ha recorrido más de 500 municipios del país anunciando la buena nueva de su “presidencia legítima” y un gabinete de sombra que cobija poco.
Frente a él, un presidente ilegítimo que resistía los embates de los seguidores del ex candidato perredista, pero que sin embargo se aprestaba a asumir la Presidencia de la República con todas las de la ley en el Palacio Legislativo y en medio de un alboroto que a pesar de sus dimensiones mayúsculas al final permitió la asunción y el inicio de un mandato accidentado, dispuesto a gobernar a toda costa y, en palabras del politólogo Ricardo Raphael, “enormemente atado de manos” por los intereses que ayudaron a construir su candidatura, señaladamente la maestra Gordillo.

Tiempo detenido

Doce meses después, Andrés Manuel López Obrador se mantiene anclado en un resultado electoral victorioso que le fue arrebatado, según su dicho, por una “mafia” que le robó la Presidencia, pero que en realidad sólo pudo “quitarle una pluma” a su gallo, como rezan el título y subtítulo del libro que hoy mismo presenta en el zócalo de la ciudad de México. Tras los comicios comenzó un largo, tortuoso y peligroso camino de confrontación que puso en peligro la gobernabilidad del país y tuvo momentos “de crisis institucional muy importantes”, según el investigador y profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), Mauricio Merino.
“No se sabían los alcances de la protesta de López Obrador ni la capacidad de Felipe Calderón o del muy debilitado presidente Fox”, afirma Merino al recordar los días del plantón en el Paseo de la Reforma que dio lugar a elevadas cuotas de inconformidad ciudadana por las afectaciones a la vialidad y a los comercios establecidos (el empresario Carlos Slim llegó a expresar su desconcierto con esta forma de protesta que estrangulaba a una ciudad gobernada por los mismos), pero que permitió a López Obrador “reconducir el movimiento sin poner en jaque la vida política y social de México”.
En su más reciente libro, Fango sobre la democracia (Planeta, 2007) el antropólogo Roger Bartra apuntó sobre los temores posteriores a las elecciones de julio, lo siguiente: “Los fantasmas que invocaron los políticos fueron sofocados por la insospechada civilidad de una gran parte de la sociedad. La sociedad civil logró amortiguar los agitados temblores de la sociedad política.
Por más que algunos se desgañitaron advirtiendo que México estaba a punto del colapso, dividido entre dos fracciones irreconciliables, el resultado fue que de alguna extraña manera la clase política comprendió que había llegado el momento de frenar las confrontaciones”.Desde otra perspectiva, parece ser que la gobernabilidad al final no estuvo realmente en riesgo como se preveía.
Para Merino, la principal víctima del proceso electoral del 2de julio de 2006 no fue la gobernabilidad, sino el sistema electoral, cuya credibilidad quedó muy dañada.Alfonso Zárate, investigador y analista político, pondera la posibilidad de que las cosas hubieran sido completamente diferentes si la diferencia de votos entre Calderón y López Obrador hubiera sido otra y no una tan cerrada (0.5%).“La gobernabilidad parece depender del movimiento inercial y no de un diseño del Estado mexicano sobre cuáles son los riesgos. Se vale todo menos perder, parece que era el tema.
¿Cómo explicarle a la gente que llenaba plazas, pero no las urnas? Si López Obrador hubiera aceptado la derrota, de inmediato se hubiera dicho que claudicó o que se vendió y habría dado paso a otros liderazgos” más radicales, dice Zárate, quien reconoce en el Frente Amplio Progresista un factor coadyuvante de la estabilidad y no uno perturbador.Sobre la aceptación de la derrota, el ex presidente del gobierno español, Felipe González, escribió el sábado pasado en el diario El País: “Entre las fuerzas en liza, las consideraciones sobre las derrotas se deslizan con frecuencia hacia la autojustificación. Es decir, se niegan a analizar sus propios fallos, sus carencias, para cargar sobre otros factores la derrota”.González, quien fue un buen perdedor después de 14 años en el poder, agregó: “A los auténticos demócratas se les conoce por su capacidad para aceptar la derrota”.

La ganancia de los pescadores

Mientras Calderón se calzaba el uniforme de campaña militar para mostrar su determinación de gobernar con firmeza, López Obrador insistía en que su partido y sus militantes no le deberían reconocer ni un ápice de lo que hace.
Ni para adelante ni para atrás.La división, en sentido inverso a lo que han querido establecer las dos fuerzas más confrontadas, no fue por mitades, sino, si se quiere, en tercios y aunque matemáticamente no fue así — el PAN y el PRD casi con el mismo número de votos pero ninguno de ellos con más de 36% — el PRI disputó un razonable tercer lugar. Dos jugadores principales y un tercero hundido por un candidato para muchos (inclusive de su propio partido) impresentable pero que habría de hacer valer 22% que pescó en el turbulento día electoral.Frente a ese caleidoscopio, Merino apunta que Calderón, corrido ya al centro - derecha, no puede tener una agenda de un solo color. “Es técnicamente imposible, hay que pactar. En ese sentido — subraya —, López Obrador ha servido la mesa y el PRI se ha sentado cómodamente.
El PRI y no el PRD es el aliado y contrapeso eficaz de Calderón”.Y a las pruebas se remite: la reforma de la Ley del ISSSTE (ya aprobada) y la del Estado, fundamentales ambas en la propia estrategia calderonista, han sido presentadas por el PRI y no por Calderón que, de haberlo hecho, corría el riesgo de ser rechazado de inmediato.
Lo dicho, ni política ni matemáticas: física pura, pues.
Tomado de El Universal

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