lunes, 23 de julio de 2007


Subió el “perico”



Walter Ramírez Aguilar

Fue hace cinco meses, lo informamos el miércoles 21 de febrero. “Los zetas llegaron para quedarse”. Están en Xalapa desde principios del año y son ellos los que controlan el comercio del narcomenudeo en la capital veracruzana y en la entidad.

Desde el domingo ocho de julio, el precio del “perico” subió. La dosis se expende hoy en 120 pesos y siguen trabajando sin menoscabo y preocupación.

Su presencia es absoluta pero invisible. Acuerdos inconfesables con autoridades gubernamentales, policíacas y quizá hasta con el Ejército, les permiten operar con toda tranquilidad. El asunto se habla en voz baja en los pasillos del poder.

Muchas son las versiones sobre su estancia en la entidad. Se sostiene que existen acuerdos económicos y apoyos que se extendieron en tiempos de campaña a cambio de protección y autorización para establecerse en la entidad, pero sin hacer notoria su presencia.

En una revista política de circulación nacional, el tema se ha abordado en varias ocasiones en los meses recientes y se menciona directamente a dos personas como los artífices de esos acuerdos: un empresario del norte de la entidad y un asesor del gobierno de Veracruz.

Sin embargo, es necesario asentarlo, sólo son versiones que no se han sostenido con pruebas fehacientes. No obstante, valdría la pena sólo asentar que hay un refrán que nada demuestra pero que como tantos más siempre tienen una lección de por medio: “si el río suena es que agua lleva”.

Lo verdadero es que las ciudades de Veracruz están plagadas de ese comercio. En trabajos anteriores hemos dejado constancia que agentes policíacos acompañan, en ocasiones, a los “tiradores”.

Hemos informado también que cuando han sido presentados ante la autoridad por haber sido detenidos en flagrancia y contar con elementos suficientes para procesarlos por delitos graves contra la salud, en menos de que se venza el plazo legal para determinar su responsabilidad están devuelta en la calle.

Sin embargo, esas personas son sólo el eslabón más débil de esa cadena.

Los que controlan y mueven los hilos, los que negocian y pactan. Los que se dice que “no son veracruzanos y vienen de fuera”, los que protagonizan las balaceras como la ocurrida en los carriles de Villarín, el tres de marzo pasado, están trabajando con la venia de las autoridades.

“Los zetas”, hoy convertidos en socios del Cártel del Golfo, aclararon ese día los que antes sólo se suponía. Villarín fue el comienzo de una serie de acciones que demostraron que las policías en la entidad están penetradas por el narco. Se abrió una Caja de Pandora que ha aventado estiércol para todos lados.

Hoy en Veracruz el tema de las elecciones es lo que ocupa los espacios en los medios de información. El supuesto pacto hecho entre los barones de la droga hace apenas dos meses en Aguascalientes o Tamaulipas para detener la ola de ejecutados que al mes de junio superaba ya los mil muertos ha dado una calma chicha en todo el país y, desde luego en la entidad.

Pero aunque no se hable del tema, porque incomoda y molesta, la verdad es que la presencia de este grupo en la entidad es real y conocida por autoridades federales y del estado.

Es más, se afirma que aquí se libra la principal batalla dentro del Cártel del Golfo por el control de la organización.

Sin Osiel Cárdenas al frente, Heriberto Lazcano, El Lazca y Jorge Costilla, El Coss protagonizan la lucha más encarnizada para hacerse del mando.

El gobierno de Veracruz, quizá por complacencia o ineficiencia, ha sido totalmente rebasado, y aunque la violencia se detuvo después de los asesinatos de los cuatro escoltas de los hijos del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, la plaza sigue en sus manos y trabajando con toda impunidad.

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