lunes, 22 de octubre de 2007

Bucareli
Jacobo Zabludovsky
La tercera es la vencida

Nunca como hoy, finales de octubre de 2007, hemos estado tan cerca de una tercera guerra mundial

La única excepción puede haber sido la crisis provocada por los misiles soviéticos en Cuba, cuando el mundo estaba dividido en dos grandes potencias preocupadas por mantener su equilibrio. Hoy las circunstancias perfilan mayores peligros ante la fragmentación del poderío bipolar.
“Si queremos evitar la tercera guerra mundial debemos impedir que Irán tenga los conocimientos necesarios para fabricar un arma nuclear”, advirtió George W. Bush en conferencia de prensa ofrecida el jueves en la Casa Blanca. Esa mañana se habían publicado declaraciones de Vladimir Putin, presidente de Rusia, después de visitar Irán, desaconsejando toda acción militar contra el programa nuclear iranio. Dijo estar cierto de las intenciones pacíficas de Irán, que “sólo intenta desarrollar un sistema para uso civil”. Bush rebatió a Putin: “Creo que quieren tener la tecnología para construir un arma y sé que es mejor para el mundo que les impidamos hacerlo”.
Bush no está en su mejor momento de credibilidad y fuerza política; en el ocaso de su gobierno no logra apoyo masivo entre sus compatriotas y menos en el mundo. Es conocido el hecho de que la guerra de Irak comenzó con la intención o pretexto de destruir armas que no existían. El antecedente puede ser usado para desvirtuar la advertencia de Bush: si entonces mintió, puede mentir ahora también. Sería un grave error ignorarla o rechazarla. Saddam Hussein siempre negó tener las armas prohibidas, mientras Mahmud Ahmadineyad admite abiertamente el avance de sus investigaciones nucleares, aunque promete usar esa fuerza para fines pacíficos. Putin se ha convertido en su aval. La pregunta es si también avala dislates tan aberrantes como la afirmación del líder iranio en la tribuna de Naciones Unidas en el sentido de que en Irán no hay homosexuales. Quien dice eso y amenaza con destruir el estado de Israel no puede gozar de la confianza mundial. Putin está lejos de ser Neville Chamberlain, pero las lecciones históricas refrescan el recuerdo de un primer ministro inglés que en 1938 emprendió negociaciones tanto con Mussolini como con Hitler y firmó el pacto de Munich agitándolo en su mano al bajar del avión en Londres. Todos sabemos lo que pasó después, por confiar en Adolfo Hitler, quien mintió y provocó la catástrofe. El disparate respecto a los homosexuales mide la peligrosidad de Ahmadineyad en sus amenazas contra Israel. Los alemanes hubieran tenido la bomba atómica si los científicos judíos no hubieran huido o muerto. Hitler sin duda la hubiera usado y el destino del mundo habría sido distinto. ¿Quién puede creerle a Ahmadineyad sus promesas de usar en forma pacífica la fuerza nuclear que está a punto de tener en sus manos?
Su desafío, el apoyo de Putin y la advertencia de Bush, se registran en una nueva distribución de fuerzas mundiales. El Parlamento turco autorizó al gobierno intervenir militarmente en Irak para perseguir a combatientes del Kurdistán. La autorización dura un año y el gobierno decidirá cuándo y cuántas veces puede atacar. La frágil paz entre Israel y sus vecinos y las dificultades para crear un estado palestino son más leña a la hoguera. El surgimiento de China como potencia económica y militar mediante una mezcla de dictadura política comunista y apertura económica ilimitada, provoca inquietud ante el riesgo de un desquiciamiento de los mercados. La Unión Europea titubea frente a Rusia y Turquía, y es de poco peso en la toma de decisiones. Naciones Unidas evoca, una lección más de la historia, el triste papel de la Liga de las Naciones, sorda a las voces, entre ellas la de Winston Churchill, de advertencia ante el peligro nazi fascista. Derrotas sucesivas de los aliados pusieron a Churchill a la cabeza del gobierno inglés en 1940 y en el momento más luminoso de la historia del siglo XX salvó a su país y al mundo de la destrucción fraguada por Hitler y cómplices. Churchill no se dejó seducir por las voces de apaciguamiento y llegó al extremo de aceptar como aliado a su entrañable enemigo José Stalin, socio de los nazis en el infame pacto de amistad Molotov-Ribentrop. Sin Churchill nada hubiera sido igual.
El viernes, el presidente Ahmadineyad pidió a Washington que evite las “declaraciones ilógicas e infundadas”, y a la Unión Europea que “actúe con independencia” respecto al programa nuclear iraní. “Deben comprender que ya ha acabado la era de su hegemonía”, dijo Ahmadineyad. Califica de “amenaza para la seguridad mundial” la advertencia de Bush. Estados Unidos es “quien prepara el terreno para una tercera guerra mundial con su arrogancia y sus planes expansionistas”. La controversia está servida y crece. Se ahonda.
Una tercera guerra mundial es, pues, una ominosa nube en el horizonte. Ningún país será ajeno a lo que ocurra. México cuya presencia en los foros internacionales es hoy nula, debió haber protestado cuando un país miembro de Naciones Unidas amenaza con destruir a otro, es decir, acabar con sus habitantes y borrarlo del mapa. Por lo menos debió nuestro gobierno expresar preocupación. Lejos están los tiempos en que México protestaba por la invasión fascista de Abisinia, la agresión ítalo-alemana al gobierno republicano electo en España, la anexión de Austria por los nazis. Hoy la indiferencia robustece las posiciones bélicas. Enfangados como estamos en una avalancha de trivialidades y corrupción en torno al fenómeno tragicómico llamado Fox, hemos relegado a páginas interiores lo dicho por Bush, menor espacio se le ha dado en radio y televisión, pero la amenaza no se combate ignorándola, sino encontrando caminos para alejarla y destruirla. Si no, se hará realidad la conocida reflexión de Albert Einstein: “No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con piedras”.
Y no hay en el horizonte un Winston Churchill.

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