viernes, 25 de enero de 2008

“¡No le vaya a tocar un balazo!”

Crónica de una tarde de enfrentamiento

*Durante dos horas y media, niños, reporteros y residentes de La Mesa vivieron horas de zozobra ante uno de los ataques más espectaculares de la Policía Federal Preventiva y el Ejército Mexicano contra el crimen organizado

Las balas zumbaban por todos lados. Definitivamente aquello era una batalla campal. Militares, policías y reporteros corrían de un lugar a otro, mientras los vecinos, como podían, se resguardaban en sus casas. La escena, del todo inesperada aun para la Tijuana de hoy. Fue, pues, la violencia en su expresión más extrema.

Apenas una hora antes los cuerpos de tres policías municipales, asesinados por miembros de la delincuencia organizada unos días atrás, habían sido despedidos con honores en las instalaciones de la corporación, en la calle ocho de la Zona Centro.

“¡No se acerquen mucho y caminen pegados a las bardas porque estos canijos le están disparando a todo lo que se mueve!”, advertía un socorrista de la Cruz de la Roja a los periodistas que se acercaban a la calle Ermita de La Mesa, escenario de guerra entre miembros del crimen organizado y policías municipales, federales, estatales, de caminos y militares. En eso, a menos de cien metros se escucharon tres detonaciones de arma.

“¡Ya ven! Les digo: ¡Mejor se pegan a la pared porque acaban de herir a un policía!”, señaló de nuevo el socorrista protegiéndose desesperadamente de los tiros detrás de una ambulancia de la Cruz Roja.

En eso, mientras ajustaba un rifle de grueso calibre, un joven ministerial dijo en voz baja: “De seguro es un arma nueve milímetros”. Ni de película. Los impactos tienen otro sonido cuando es en la vida real. Sin efectos cinematográficos.

Por momentos las calles de las colonias Electricistas y Fovissste Quinta Alta, en la delegación La Mesa, se hundieron en el silencio más tenebroso, pero no por mucho tiempo. Pronto el ruido de las balas terminó con la tranquilidad siempre artificial cuando se está en medio de una situación inédita como ésta.

El reloj marcaba las 11:25 horas del jueves 17 y después de una hora con 10 minutos de intercambiar fuego las cosas no bajaban de tono. El temor se apoderaba de todos, sin excluir a la prensa que se veía a sí misma envuelta en un caos nunca antes vivido tan de cerca, en primera persona.

A unas cuadras de la balacera, un grupo de policías municipales evacuaban el “Jardín de Niños Alegría” ante el espanto de los estudiantes de preescolar y docentes que corrían a las unidades que los llevarían al Auditorio Municipal.

Acceder a la colonia Electricistas era una locura. Las calles cerradas, y los policías de plano también aterrorizados trataban de evitar el paso de sospechosos. Y en esos momentos, cualquiera era sospechoso.

“¡Pareja, pareja!… ¡Agáchese cabrón, no le vaya a tocar un balazo!”, regañaba un ministerial a uno de los reporteros, mientras el helicóptero de la Policía Estatal Preventiva sobrevolaba la zona del desconcierto absoluto.

De nueva cuenta se escucharon tres balazos. Los policías se pegaban a las paredes de las casas como si quisieran desaparecer, mientras que a lo lejos, a una cuadra de la avenida Ermita, sobre las calles Quinta Alta y Agua Prieta, cerca de cien elementos del Ejército Mexicano aceleraban la marcha en una hilera perfecta… como si se tratara de un entrenamiento militar, de esos que se ven en los desfiles.

Todos protegidos con rifles de alto calibre y dispuestos a disparar sin la más mínima duda.

Mientras los militares hacían su movimiento, en la esquina de la calle Romano y Ermita, cerca de 50 policías federales, estatales y municipales protegían la entrada al lugar de la balacera.

Otros tres balazos. Todos agachados. Alrededor de 20 reporteros, fotógrafos y camarógrafos se jugaban así el todo por el todo; reflexionaban si valía la pena. Algunos sugerían rezar. Pero ninguno vacilaba con retirarse. El único fin quedaba claro hasta en una situación extrema: Obtener la imagen y la historia completa.

“¡No se asusten! ¡Vamos a realizar disparos al aire para que sepan que estamos aquí!”, avisó un Policía Federal de Caminos quien de manera inmediata accionó su rifle. El ruido fue ensordecedor.“¡10-5!, ¡10-5!, ¡son disparos al aire, son disparos al aire!”, reiteró el agente.

No pasaron ni tres minutos cuando en esa misma esquina (Romano y Ermita), justo en el techo de un establecimiento dedicado a la venta de pollos, los policías observaron una circunstancia aún más extraña.“¡Los empleados de la pollería reportaron movimientos en el techo!”, dijo uno de los policías, mientras sus compañeros y los reporteros que insistían en seguir en el lugar, buscaban un refugio no planeado. Se presentía un ataque.

En cuestión de segundos los espectadores obligados desaparecieron de la faz de la Tierra. Los policías detrás de unidades y los reporteros en una limpiaduría que entre tanta bala permanecía abierta.

“¡Al suelo, al suelo y pegados a la pared!”, gritó uno de los policías quien con rifle en mano apuntaba hacia el techo de la pollería. Como si fuera una orden precisa algunos reporteros se tiraron al suelo y el resto, a duras penas, se untó a los muros. Al final fue una falsa alarma. De nuevo… el respiro. Segundos más tarde los agentes se percataron que un policía estatal era el que realizaba una inspección al lugar.

Así se agotaron casi dos horas. Luego, la calma, a eso de las 12:37 horas cuando los militares acorralaron a los delincuentes que se escondían en un lujoso condominio de la calle Agua Prieta. Un grupo elite del Ejército Mexicano se los llevó.

En un abrir y cerrar de ojos los más de doscientos efectivos militares, federales, estatales y municipales que participaron en el dispositivo por fin lograron entrar al inmueble, transformado en uno de los tantos infiernos que el crimen organizado ha construido en Tijuana.

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