viernes, 25 de enero de 2008

Itinerario Político
Ricardo Alemán
Narco: ¿quién está a salvo?
*Parece que ya no asombra a nadie que sean asesinados policías, jefes y responsables de seguridad pública
*Ahora iban por José Luis Santiago Vasconcelos. ¿Mañana por quién?
Si bien durante todo el sexenio 2000 -2006 el gobierno de Vicente Fox se caracterizó por una timorata y nada efectiva persecución de los cárteles de la droga —y hasta fue responsable de la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán del penal de Puente Grande, Jalisco—, también es cierto que en ese tiempo el gobierno del Distrito Federal, el de Andrés Manuel López Obrador, se empeñó en negar la realidad: que los cárteles de la droga operaban libremente en la capital del país.

Y hoy pareciera que tanto autoridades federales como capitalinas nos quieren sorprender con una “primicia mundial”: que los barones de la droga también operan en el Distrito Federal. ¡No! Aun así, el gobierno de Marcelo Ebrard parece atolondrado y no sabemos si a manera de mal chiste —o acaso en serio— justifica: “Los narcos están de paso”, como si esa fuera una atenuante de que la capital del país ya también es “territorio del narco”.

Lo cierto es que desde hace décadas el Distrito Federal y su extensa zona conurbada —que la convierte en la mayor concentración social del país— no sólo son una de las zonas de mayor consumo de drogas en el territorio nacional, sino que por su tamaño, densidad poblacional, ingreso per cápita y por ser el corazón del sistema financiero del país —entre muchos otros factores— son un poderoso polo de atracción de los cárteles de la droga, sobre todo desde los cada vez más lejanos tiempos en que México era visto sólo como escala de las drogas en su viaje a vecinos del norte.

Negar que los distintos cárteles de la droga operan y se confunden con los millones de mexicanos que comparten la más extensa zona conurbada del país, no es sólo cerrar los ojos a la realidad, sino una modalidad de complicidad oficial. ¿Qué mensaje reciben los barones de la droga si, por ejemplo, saben que desde el gobierno del Distrito Federal se niega su existencia? Esa negación de la realidad se puede convertir —si no es que ya se convirtió— en un primer escalón de la complicidad oficial que siempre acompaña a todas las actividades del crimen organizado y, de manera especial, al narcotráfico.

¿A poco el señor Marcelo Ebrard o su jefe de la policía pueden meter las manos al fuego por sus muchachos policías? ¿Cuántos están al servicio del narcotráfico en particular y del crimen organizado en general? ¿Cuántos policías de los municipios colindantes con el Distrito Federal no han sido cooptados por los cárteles de la droga? La presencia del narcotráfico en la capital del país es un secreto a voces que muchos en el gobierno de Ebrard y en las jefaturas delegacionales saben, pero que por razones diversas todos niegan. ¿A quién conviene que lo nieguen?

Pero más allá de la “chabacanería” con la que el gobierno del Distrito Federal asume esa realidad, sin duda que lo más preocupante del asunto es el mensaje que se desprende de los más recientes operativos en los que fueron detenidos presuntos sicarios del cártel de Joaquín El Chapo Guzmán en el Distrito Federal —junto con un arsenal nunca visto— y que, según fuentes de la PGR, preparaban un atentado contra el subprocurador de Asuntos Jurídicos de la PGR, José Luis Santiago Vasconcelos. ¿Frente a qué estamos, de confirmarse a plenitud esa versión?

Parece que ya no asombra a nadie que sean asesinados, con el sello del narco, policías, jefes policiacos de casi todos los estados del país, responsables de seguridad pública de tal o cual municipio y entidad federativa, jueces locales y hasta federales, periodistas que indagan asuntos vinculados con el narco y hasta candidatos a puestos de elección popular.

El caso más reciente se produjo apenas en noviembre de 2007, cuando fue acribillado a tiros el ex diputado y candidato a alcalde por Río Bravo, en Tamaulipas, Juan Antonio Guajardo Anzaldúa, a quien los mafiosos amenazaron en repetidas ocasiones y aunque denunció las amenazas, acusó a autoridades municipales, estatales y federales, nadie le hizo caso hasta que fue asesinado.

¿Quién sigue?, hemos preguntado en múltiples ocasiones en este espacio, al conocer de atentados y ejecuciones que cada ocasión escalan más los niveles del poder, y que muestran que el narcotráfico va en ascenso en cuanto a sus objetivos para cooptar a las instituciones del Estado. José Luis Santiago Vasconcelos es uno de los policías más capacitados en la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico, ha sido el responsable de sonados golpes a los barones de las drogas, y en el circuito internacional del combate a las bandas criminales es una pieza fundamental.

No se trata de un policía de crucero, de un jefe de grupo, de un secretario de Seguridad Pública de este o aquel municipio. Es un policía de notable jerarquía que cuenta con una buena parte de la memoria del crimen organizado en México. Y frente a esa carrera, salta la pregunta obligada: ¿Qué mensaje se quiere enviar al Estado mexicano, a sus instituciones, a los circuitos internacionales que combaten la droga? ¿Cuál es el mensaje al gobierno de Calderón, a los poderes de la Unión, a los partidos políticos? Hace meses fue el policía de la esquina, hace semanas el jefe policiaco de tal o cual estado, hace días un juzgador, un periodista. Ahora iban por José Luis Santiago Vasconcelos. ¿Mañana por quién? ¿A quién esperan los políticos y las autoridades estatales y federales que maten los narcos, para hacer algo en serio?

En el camino
Al tiempo que el gobernador Enrique Peña Nieto recaudó más aplausos y popularidad por cancelar la magna Ciudad Administrativa Bicentenario en Metepec, entre el priísmo crece el malestar por los métodos empleados por el mandatario mexiquense en su gestión y en su meteórica y exitosa carrera presidencial. Y sí, tienen razón quienes cuestionan una costosa y bien diseñada campaña de medios sobre la que se apoya Peña Nieto, más que en la construcción de un liderazgo enraizado en el priísmo. Sí, pero también es cierto que es el signo de los tiempos.

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