jueves, 20 de diciembre de 2007

Patrones culturales influyen
en incremento de mujeres drogadictas
"Nunca terminé la secundaria porque me iba de pinta, dos veces me expulsaron; para entonces ya fumaba. A los 16 años conocí a Edgar, mi esposo, con él empecé a probar el alcohol, fumé mariguana, inhalé activo, tomé pastillas y me inicié con la 'piedra'".

Así comienza Graciela el relato de sus 28 años de vida, de la experiencia que le dejaron más de 12 años de adicción y de la rehabilitación que emprendió a instancias de su madre y hermanos luego que su esposo quedó en reclusión, acusado de intento de robo, y su suegra le quitó a sus dos hijos.

Ella confirma las estadísticas que indican un inicio cada vez más temprano en el consumo de enervantes, entre los 14 a 19 años de edad, estudiantes de secundaria y bachillerato que comienzan fumando tabaco y de manera paulatina diversifican la ingesta de drogas.

La historia de Graciela concuerda con la que especialistas señalan para la gran mayoría de adictos a drogas lícitas o ilícitas: "Fui muy inquieta, la menor de cuatro hermanos. Mi mamá se separó de mi papá porque tomaba mucho y se desaparecía hasta una semana, así que ella trabajaba y estaba fuera todo el día".

Es una de las constantes entre mujeres adictas: proceden de una familia donde uno o ambos padres consumen alguna droga, han vivido una situación de violencia familiar, o han sufrido de abuso sexual, explica Carmen Fernández.

La psicóloga y directora del Programa de Género de los Centros de Integración Juvenil (CIJ), añade que en los últimos años se ha incrementado el número de mujeres adictas, pero también advierte que el consumo, por tipo de droga, se relaciona con patrones culturales.

Datos del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones (Sisvea), indican que mientras en 1999 los CIJ y centros de tratamiento no gubernamentales en el país atendieron por droga de impacto a 21 mil 476 adictos, de los que 9.4 por ciento fueron mujeres (dos mil 023), para 2006 fueron 83 mil 994, mujeres el 10.3 por ciento (más de ocho mil 650).

Como en el caso de Graciela, la mayoría inició el consumo entre los 15 y 24 años de edad, el tabaco y alcohol marcaron el comienzo de sus adicciones, aunque también destaca el de estimulantes y depresores.

La terapeuta Carmen Fernández atribuye gran parte de esta situación a los patrones culturales, pues hay una medicación estimulante hacia el hombre, para "que pueda más, sea más fuerte y resista"; y hacia la mujer se cae en hipermedicación para tranquilizarla.

Así lo asume: "consumo pastillas, alcohol, porque me bajan la ansiedad, fumo porque el cigarro me acompaña", patrones de género que influyen en la demanda y obligan a una mayor prevención, a modificar la normatividad, elaborar programas integrales de equidad para el desarrollo y mejor calidad de vida de la mujer.

Graciela inició su adicción en compañía de su pareja "probar drogas empezó como un juego y se convirtió en un vicio. El comenzó a fumar 'piedra' (cocaína), pero no me daba porque estaba embarazada de mi hija, pero cuando nació me operé y me sentí libre para drogarme".

"El tenía un taller de herrería; viernes, sábados y domingos nos tomábamos unas cervezas o un `pomo`, después encontrábamos algo para cambiarle. Dejó de cumplir en el trabajo, con mi suegra teníamos la comida y también para los niños, pero ya no dinero para la 'piedra'".

Fue en esa época cuando recibieron una llamada telefónica en casa de Edgar. Fue detenido por intento de asalto a un taxista y desde entonces está en el reclusorio, donde debe purgar dos años más.

Para la madre de Edgar, él no fue responsable, Graciela lo indujo. Con esa convicción la sacó de su casa y asumió el cuidado de sus dos nietos, de siete y cuatro años de edad, y con esa acción la sometió a la doble estigmatización que viven las mujeres drogadictas.

Una marca que la señala como "anormal" por comportarse fuera de las pautas y que la condena al rechazo, pues la adicción en la mujer se asocia con promiscuidad sexual, la pérdida de valores morales y espirituales y por tanto incapacidad para criar y educar a sus hijos.

Otra razón por la que la mujer es abandonada y si pide apoyo casi siempre acude por sí misma, mientras un adicto hombre recibe respaldo de su entorno familiar y afectivo para rehabilitarse y superar la enfermedad causada por el consumo excesivo de drogas, comenta Fernández.

Por eso, insiste en la necesidad de una atención integral para lograr la recuperación total de las enfermas, como promover un cambio en la estructura de los hogares, donde se reconozca su mayor participación en la vida laboral y por tanto en el sostén familiar.

Si bien las terapias que brindan los CIJ u organismos privados, como el que apoyó a Graciela los tres meses de su internamiento, alejan de las drogas, de poco sirve si el rehabilitado se reintegra al mismo contexto familiar y de relaciones que impulsó su adicción.

Hace un año que Graciela se rehabilitó, asiste a un taller de terapia familiar y ahora comparte su experiencia con adictos en proceso de recuperación. "Cuando me internaron pensé que mi vida estaba terminada, deseaba acabar con una sobredosis; poco a poco fui entendiendo el daño que hacía a mucha gente, a mis hijos. Ya no me drogo, sólo por hoy deseo no drogarme".

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