domingo, 18 de noviembre de 2007

Itinerario Político
Ricardo Alemán


Enfermos de poder, los amarillos se exhibieron ante la tragedia
La miopía de los azules mostró su talante porril y autoritario


En el delicado equilibrio de la naturaleza, los carroñeros juegan un papel fundamental. Mamíferos, aves, insectos y microorganismos, entre otros seres vivos, se encargan de la limpieza y transformación de la materia en descomposición, en un ciclo vital que confirma que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
Pero en política, así como en el ejercicio del poder, también existen los carroñeros —líderes, gobernantes, legisladores y hasta uno que otro luchador social— que con ojo experto y siempre oportuno pelean por su ración en momentos de tragedia; frenética rapiña que ya no sorprende a nadie. Y todos los hemos visto, sea en terremotos, sequías, huracanes o inundaciones. Los vemos ahora en la tragedia que viven Tabasco y Chiapas, y los vimos en los sismos de 1985 en el Distrito Federal.
Y los hay amarillos, azules o tricolores; de la izquierda, la derecha y el centro. Pero todos tienen un denominador común, más allá de sus colores o sus doctrinas: obtener la mayor renta política en los tiempos de tragedia. Y aparecer lo mismo como redentores de los pobres —porque la tragedia casi siempre castiga a los pobres—, que como piadosos líderes que no sólo alientan y reconfortan, sino que dicen representar el dedo flamígero de la justicia, sea o no institucional, que debe caer sobre los responsables de todos los males.
Marcelo, oportunista
Nadie puede negar la rápida respuesta del jefe de Gobierno del Distrito Federal en la tragedia que vivieron los tabasqueños a causa de las inundaciones de las semanas previas. Toneladas de víveres y medicinas, decenas de médicos y técnicos que ayudaron a paliar la emergencia. Hasta aquí se puede hablar de un gobierno responsable y generoso ante miles de compatriotas que perdieron todo; responsabilidad y generosidad que, por cierto, también se vio en muchos otros gobernantes del país.
Pero el problema se presenta cuando se descubre que la mayor parte de las toneladas de ayuda, técnicos y equipo fueron “etiquetados” para un solo sector de damnificados; los que tienen la suerte de vivir en municipios de gobiernos amarillos, del PRD, emparentados con el bastión histórico del líder Andrés Manuel López Obrador. La ayuda fue destinada sólo a los damnificados de esos lugares, los paquetes de despensas, botellas de agua, medicinas y cobijas, llevaban el logotipo del GDF. Los técnicos de la salud y los organizadores de la logística portaban distintivos del gobierno capitalino, y todos se negaron a coordinarse con el resto de los equipos que a nivel federal realizaban esas tareas. ¿De qué se trata?
Está claro que asistimos al mejor ejemplo de la deformación de la política —si no es que a una muestra monumental de la perversión política—, en donde gobernantes y políticos no son capaces de olvidar sus rencores y limitar sus reflejos clientelares, ni siquiera en momentos de tragedia. En el caso del señor Marcelo Ebrard, no hay lugar para la responsabilidad y la generosidad a secas. Lo que hay es una reacción clientelar, sectaria y mezquina.
La tragedia arrebató todo a muchos tabasqueños, pero el gobernante del Distrito Federal no está dispuesto a que esa misma tragedia le arrebate a su partido, a su líder, a su proyecto personalísimo, la clientela tabasqueña. ¡Faltaba más! Para eso está el acaudalado gobierno del DF, para rescatar a esa clientela.
Lo importante no era que miles de mujeres, hombres y niños damnificados en los municipios perredistas tuvieran en sus manos las despensas, las medicinas, la ayuda. No, lo importante era que vieran que las siglas del PRD y del gobierno capitalino estaban ahí para ayudarlos. Lo importante era que se percataran de que ellos, de que los damnificados de los municipios amarillos no olvidaran que tienen un partido, un líder, un gobernante que, por sobre las necesidades de los otros —que tuvieron la mala suerte de vivir en municipios tricolores o azules—, velan por ellos.
En el fondo está la propaganda clientelar, sectaria, que busca mantener viva la polarización social. Si son perredistas no requieren nada del “gobierno espurio”, porque para eso está el “gobierno legítimo”, y su extensión que es el Gobierno del Distrito Federal. Mexicanos de primera y de segunda, gobiernos buenos y malos. Pero en el fondo, la rapiña política como signo de los tiempos de la polarización social. El rencor entre hermanos alimentado a través de la dolorosa sonda de la tragedia.
El clientelismo y el sectarismo mostrados por el gobierno de Marcelo Ebrard en la tragedia de Tabasco confirma lo que muchos creen y que otros se niegan a aceptar; que no pocos políticos y gobernantes mexicanos no se han curado de esa fea enfermedad del poder que se llama “derrota”.
Los que ayer fueron picados por la enfermedad del poder —y que ya se veían sentados en la silla grande— hoy siguen mostrando signos evidentes de las calenturas de la derrota. ¿Por qué Marcelo Ebrard se comporta como un derrotado en la lucha por el poder? ¿Qué no ganó el GDF y es el legítimo gobernante capitalino? ¿Por qué corre presuroso a rescatar la clientela de Tabasco, cuando tiene olvidada a la clientela del DF? Parecen los signos de la enfermedad del poder.
AMLO: ¿y la Guadalupana?
Tiene razón el señor Andrés Manuel López Obrador en demandar ante las instituciones, ante la PGR, a los muchos presuntos responsables de la tragedia en Tabasco. Tiene razón, tiene el derecho y hasta la obligación de acudir a esas instituciones para que hagan su tarea, para que investiguen y castiguen a los responsables. En efecto, existen evidencias de que la presunta responsabilidad oficial viene de lejos, de los tiempos de Salinas y Zedillo, y que también alcanza a Fox y Calderón; que en el terreno local involucra desde Madrazo hasta Granier.
Pero hay un problema, de esos que se esconden en letra chiquita. Ese problema se llama “congruencia”. Y para muestra, dos pequeños botones. En una cena entre perredistas, todos ellos de alcurnia, entre tragos y viandas, uno de ellos habla de las “ocurrencias de Andrés”, en relación con su demanda ante la PGR por la tragedia en Tabasco. “Sí —dice otro— sólo le faltó incluir a la Guadalupana entre los culpables…” La respuesta, una estruendosa risa colectiva. Otro apunta certero: “Puede acusar a todos, pero no se salvará de la pregunta básica… ¿Y qué hacía Andrés en todo ese tiempo?”.
El detalle está en la incongruencia monumental que acompaña al señor Andrés Manuel López Obrador. Y la incongruencia suele traducirse en desconfianza y rechazo. Ya sabemos que los “enamorados” de AMLO —que los hay aún en abundancia— le perdonan todo y hasta reniegan de la razón por defender la pasión. Pero también es cierto que asistimos al retroceso del “fenómeno Obrador”. Es decir, que la popularidad de López Obrador ya creció todo lo que tenía que crecer —en las semanas previas a julio de 2006—, y que al llegar al tope, por razones naturales lo que sigue es el descenso, la pérdida de popularidad, la saturación de su imagen y sus desplantes locuaces en la conciencia colectiva.
Y los ejemplos sobran. El más reciente se vio precisamente en Tabasco, en un fallido intento por placearse en la zona de desastre que terminó en medio de abucheos y que lo obligaron a salir corriendo para continuar su periplo electoral en otros estados. Pero el caso más contundente se produjo en las elecciones de Michoacán, en donde debió ser escondido a los ojos y los oídos de los electores porque su presencia es signo de polarización, de enojo, de derrota electoral.
En el caso de AMLO asistimos a un fenómeno político y social natural, de desgaste de la imagen del líder que se empeña en mantener su presencia y su visión mesiánica de las cosas, ante una ciudadanía que mayoritariamente votó en su contra. Si en su mejor momento el candidato López Obrador arrastró 15 millones de votos a las urnas, contra los poco más de 26 millones de votantes que prefirieron al PAN y al PRI de manera conjunta —y los millones que se abstuvieron— es entendible que a más de un año de distancia de las elecciones, la imagen positiva de AMLO haya retrocedido a un núcleo duro que no va más allá del porcentaje histórico del PRD. ¿Y qué tiene que ver eso con Tabasco y con la rapiña política que han desplegado el PRD, Marcelo Ebrard y López Obrador?
Pues es la explicación de esa grosera rapiña política. Cada uno por su lado, los señores Ebrard, Obrador y buena parte del PRD, están urgidos de escándalos que los mantengan en el circo mediático. Bueno, son tales la desesperación y la urgencia de reflectores, que en un desplante que lo niega a sí mismo, que lo obliga a tragar sapos y serpientes, el señor López Obrador debió acudir a las instituciones que mandó al diablo, que desconoce, al “gobierno espurio” —contra su gobierno “legítimo”— para montar esa simpática pista de circo en la que convirtió su demanda contra todos, menos la Guadalupana, en el caso Tabasco.
Está claro que se debe investigar lo ocurrido en Tabasco, que se debe castigar a los responsables, que políticos, dirigentes de partidos, legisladores y gobernantes deben hacer su parte en las indagatorias sobre la tragedia, en la enmienda de los errores, en la sanción a quienes hayan incurrido en corrupción e irresponsabilidad oficial, pero también queda claro a los ojos de muchos ciudadanos —que no ven el desplante de AMLO sino como otra puntada destinada al ejercicio cardiaco del humor— que en la demanda presentada ante la PGR por el tabasqueño sólo se busca la renta política. ¿Qué hacía López Obrador en todo el tiempo que se cometían pillerías y se actuaba de manera irresponsable ante los problemas hidráulicos de Tabasco? ¿Por qué nunca alertó sobre lo que ocurría a sus paisanos?
Calderón, miopía
Fue un acierto del presidente Felipe Calderón acudir de inmediato a la tragedia, coordinar de manera personal la emergencia, suspender giras de trabajo programadas al sur del continente, y mudar a una buena parte de su gabinete a la zona de la tragedia. En realidad el activismo de Calderón puso nerviosos a Marcelo Ebrard y a López Obrador, quienes se negaron a que el Presidente capitalizara la parte de imagen que le proporciona haberse convertido en el jefe de la emergencia. Pero Felipe Calderón sólo hizo lo que debía hacer, lo que le dicta su responsabilidad como jefe de las instituciones. Nada más, pero nada menos.
Pero en el caso del Presidente también se cometieron excesos y desatinos. En las primeras horas del desastre, se le hizo aparecer como si estuviera en campaña política, se difundieron spots televisivos que también mostraban la rapiña política y, al pretender justificar la tragedia, Calderón cometió el despropósito de culpar de todo al calentamiento global, lo que le ganó una cascada de críticas bien justificadas.
Sin embargo, el mayor despropósito lo cometió un alto funcionario de la PGR, José Luis Santiago Vasconcelos, quien dijo entre otras cosas, que la ley “no debe ser instrumento de presión o chantaje”, que la actuación de AMLO “es un extremo amoral y políticamente reprobable que se medre con el dolor”, y que los mexicanos “estamos cansados de ese tipo de actividades políticas deleznables”. El subprocurador de la PGR pudiera tener razón en todo lo que dijo, pero en su calidad de alto funcionario de esa dependencia no puede descalificar y prejuzgar de esa manera un reclamo como el de AMLO, que más allá de la carga política, de presión y chantaje que efectivamente lleva, tiene un germen atendible.
El señor José Luis Santiago Vasconcelos, como todos saben, no se manda solo —y está claro que recibió línea de Los Pinos para escalar una confrontación que sólo le engorda el caldo a AMLO— como tampoco se manda solo el secretario del Trabajo, Javier Lozano, quien la emprendió contra Marcelo Ebrard, a quien acusó de “ruin, mezquino y faccioso” en su reacción ante la tragedia de Tabasco. Tanto Santiago Vasconcelos como Lozano tienen razón en una buena parte de sus respectivos señalamientos, pero también en la “tienda de enfrente” tienen razón los señores del PRD y Marcelo Ebrard de quejarse de que desde Los Pinos les mandaron una respuesta digna de “porros”.
No se sabe quién les ordenó a los señores Santiago Vasconcelos y Javier Lozano formular las declaraciones que hicieron, pero lo que queda claro es que son respuestas miopes que alimentan el fuego de la confrontación, que abonan en la imagen de Marcelo y Andrés —que es lo que buscaban—, y que dejan ver al de Calderón como un gobierno intolerante y de reacciones de callejón. Si el activismo del Presidente puso nerviosos a los señores del PRD, la reacción de los amarillos, de Marcelo y de Andrés, sacaron de quicio al Presidente. Y en política, eso lo saben bien en Los Pinos, el que se enoja pierde, y lo peor es que luego no saben lo que pierden ni con quién lo pierden.
Granier, abusos
El gobernador de Tabasco, Andrés Granier, pudo pasar a la lista de los héroes contemporáneos de Tabasco. Imposible regatear su esfuerzo y entrega en la tragedia. Pero también mostró la “tara” de los gobernantes que van por la rapiña política. ¿Qué necesidad?

No hay comentarios: